En unos primeros 45 minutos agónicos, dónde el Liverpool no dejó de apretar con ofensivas por las dos bandas, el plan de Ancelotti se desvanecía por momentos. Pero si algo había aprendido el Real Madrid en la pasada edición de la Champions era aprender a sufrir. Vinicius logró anotar el tanto de todos los madridistas en aquel minuto 59’. Entonces se desató la locura y el Real Madrid ponía el broche de oro a una temporada de ensueño.
Sus eliminatorias desde octavos se habían convertido en un monólogo permanente: un rival duro -PSG, Chelsea o Liverpool- daban mucho miedo de por sí, habían sido capaces de luchar de tú a tú a todo un poderoso transatlántico blanco. Aunque el equipo de Chamartín siempre logró pegar más fuerte.
Una cuestión de fe: el Real Madrid nunca se rinde
En cada una de las eliminatorias, con el Bernabéu de por medio, se obraba una vez más el milagro. Remontada tras remontada se dio una lección de buen fútbol. No había otra forma de demostrarlo que no fuera esa. Da igual cómo estuviera el partido, los minutos que restaran o el rival que se pusiera delante que ellos no dejaron de empujar.
Porque quizá nadie creía, pero si había alguien que sí que lo veía viable era el conjunto de Carlo Ancelotti. Ese ADN, el gen madridista y la magia de la diosa Cibeles que se juntaron para darle ese soplo de aire fresco a un equipo hambriento de títulos.
En la final fueron las paradas de otro santo, Thibaut Courtois. El belga se erigió como el mejor del partido y se encargó de sacarlo absolutamente todo. No dio tregua a los rivales. Prácticamente les arruinó la noche y eso que estaban inspirados. Las tuvieron de todos los colores: por arriba, por abajo, de cabeza o a media altura y ahí estuvo el muro del equipo para poner mucha tierra de por medio.
Un abono que labró Vinicius durante todo el encuentro. Tan solo tuvieron una y esa que se fue para dentro. Porque en una de esas contras de libro liderada por Fede Valverde, corría Carvajal y Vinicius como flechas para acompañarle en esa transición fantástica. Sin errores, casi milimétrico todo y con fino detalle en cada acción.
La conexión de Fede Valverde y Vinicius: arma letal
Fue el charrúa que vio al brasileño desmarcado y con toda esa fe del mundo, allí que fue el balón. Un centro especial en el que todas las ilusiones merengues estaban lanzadas hacia el éxito. No solo lo vio Valverde, se lo dijo también toda la afición y no solo la supo meter el carioca también la empujó la parroquia madridista.
Tan solo se habían jugado los primeros quince minutos y entonces fue la estocada final a esa aventura tan alocada de la Champions. Aquella diana de Vinicius fue suficiente como para tumbar a todo un Liverpool y dar por cerrada una de las mejores ediciones que se recuerdan.
Ahora todo partido se queda en poco. Clasificados ya matemáticamente para jugar otros octavos, veremos cuál es el camino que determinará su andadura en esta competición. Se viven emociones fuertes, así que el camino hasta Estambul puede volver a ser igual de interesante.