De la vida y figura de Albert Einstein se pueden sacar numerosas conclusiones. Uno de las personalidades científicas más populares de la historia universal. Promulgador de la Teoría de la Relatividad o Premio Nobel de Física, cuando alguien dice su nombre todos lo localizan como el gran científico de la historia. Este consiguió grandes cosas, pero lo que hoy nos preguntamos en No Te Enrolles es: ¿De verdad Einstein creía en Dios? La respuesta es que no, o no del todo. A continuación desvelamos esa basante.
Parece ser que a lo largo de su vida, también escribió mucho. Era una afición que le gustaba y recurría a ella frecuentemente. Hablaba sobre muchas cosas, entre ellas el término de Dios. En alguna ocasión parece ser que la eminencia se había referido a la divinidas como: “la expresión y el producto de las debilidades humanas”. Aunque estas declaraciones no demuestran que su fe fuera más allá o que tratara de lograr un propósito más interno.
Los orígenes del científico más famoso
Sus orígenes son judíos, aunque su familia tampoco era practicante. Esta variante abría numerosas posibilidades a sus creencias. También se conocen otros encuentros como charlas y debates con amigos suyos como Walter Isaacson. Estos eran partidarios de ser agnósticos: su dogma era la astrología a la que ponían por delante de todo. Aunque en el caso de Einstein no estaba muy de acuerdo con ello y siempre aseguró que esa ciencia era más una cuestión de superstición que otra cosa.
Para él, conocer todo tipo de secretos de la naturaleza, de la sociedad y de lo que nos rodeaba era su verdadera vocación como algo sutil, intangible e inexplicable. Conocer aquello que es impredecible era su verdadera vocación.
Las reflexiones de Albert Einstein
Al científico no le importaba lo más mínimo la mente humana. Para él la vida significaba coexistir en la cabeza de un niño pequeño inocente e inseguro y que no sabe nada. Tales preguntas existenciales se basaban en los porqués de vivir tan intensamente. Para Einstein, Dios siempre significó un auténtico misterio, pero algo comprensible. Según él no existen las leyes universales, sin que nadie las legisle.
Por tanto, la figura del Premio Nobel siempre quedó en el aire, algo como extraño pero atractivo al mismo tiempo, como lo es Dios mismo en sus auténticos días: nos permite avanzar, pero tiene miedo a los cambios.